Ilustración: Gemma Araceli Horcajo
Texto: Alixe Lobato

Guadalupe era una inconsciente consciente, al principio manejaba los hilos por instinto, ella no quería ver que no podía estar con nadie. Ramírez fue su primera víctima, víctima de amor; aunque Joaquín Reyes fue quien ordenó el disparó fueron las sensuales palabras de Guadalupe las que alentaron a Reyes de que consiguiera el premio gordo, la chica. Con las tácticas a las que estaba acostumbrado y con sus lacayos de la droga, cambió un par de kilos de piedras de blanka por una mano ilusa con revolver para conseguir a una pequeña niña mexicana que traía a todos de cabeza, posesión hasta entonces de Ramírez, un narco de poca monta del lugar que tuvo la desgracia de caer en las redes de Guadalupe.
Ahí Guadalupe fue consciente de su poder, y con la cabeza recta sin mirar abajo derramó unas lágrimas secas teñidas por su deseo de llegar a su destino: el Sr. Ordoñez, mientras en procesión seguía a las demás mujeres en el entierro.
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